Mi amigo el madero

A pesar de mi aversión a las reglas y a los uniformes, tengo que reconocerlo, tengo un amigo madero.
Román (por ejemplo), es un buen tipo, de los que se cree su trabajo y de los que piensa que hace el bien todos los días.
Se viste de uniforme, se pone el antibalas (que se pagó él, porque todo es pedir concesiones al estado para gastarlas en chorradas, pero a él ni agua) y sale a pillar a los malos durante el turno de noche que es el que le gusta, porque según él, es más tranquilo aunque cuando te la juegas, pues eso, te la juegas de verdad.
Lo del chaleco antibalas viene dado porque no ha mucho, casi le saltan los huevos de un navajazo y eso, a su mujer, no le hizo mucha gracia.
El otro día tuvieron la práctica de tiro y de las doce pistolas del grupo que integra resulta que corréctamente, lo que se dice bien, sólo hacían piñaun piñaun, dos.
Juro que es verídico y que de inventado en esta historia no hay nada.
Esto me lleva realizar mi humilde reflexión sobre el famoso tema de la descentralización del estado.
Durante años, tanto PP como PSOE a cambio de cierta estabilidad para el gobierno central, han estado concediendo competencias a la derecha nacionalista de manera alegre y por extensión al resto de comunidades que preguntaban aquello de, ¿qué hay de lo mío?.
Ahora nos encontramos en una situación en la que, convencidos, los caciques locales reclaman referéndums para liberalizar las patrias oprimidas por el terrible estado español, alimentando un odio hacia todo lo que no sea suyo, que acaba (de vez en cuando) con valientes gudaris incendiando autobuses, quemando cajeros o descerrajando tiros en la nuca al primero que pillan.
No se puede ser más irresponsable y más lerdo y por si fuera poco, los pocos que aún se creen algo de lo que fuimos y de lo que somos, se pasean por la noche esperando que no pase nada, porque si tienen que desenfundar su arma y hacer... piñaun piñaun los malos se van descojonar, y con suerte no les meterán un viaje, mientras el gran político independentista reclama su parte del pastel a cuenta de sus míseros votos en el congreso.